Una de las paradojas con las que se suelen encontrar las llamadas hierópolis o ciudades donde la dimensión religiosa ocupa un lugar central en la organización del espacio, son las dinámicas que se generan a partir de los visitantes que arriban motivados por el fenómeno religioso que las sustenta.
En este sentido, y poniendo el foco en los visitantes, se suele hablar de peregrinos (para referir a aquellos que llegan con fines pura y exclusivamente religiosos o motivados por la fe) y turistas (a aquellos que consumen lugares religiosos o valorados como patrimonio). Sin embargo, esta distinción tan tajante pierde sentido cuando vemos que ambas categorías se superponen, combinan o vinculan. Incluso ambas actividades (turismo religioso y actividad peregrina) suelen ser complementarias en los espacios involucrados.
En el caso de la ciudad de Luján, su invención como hierópolis nacional, generó que la actividad peregrina se haya desarrollado en forma muy temprana. Incluso algunas fuentes refieren a que la primera peregrinación oficial se habría desarrollado hacia 1670 cuando la imagen de la Virgen es trasladada desde el lugar original donde se fundó la devoción (cerca de Pilar) hasta la estancia de Ana de Mattos, su compradora (en Luján). Durante los siglos XVIII y XIX, paralelo a la consolidación de la advocación mariana de Luján se fueron incrementando las peregrinaciones, que alcanzaron su auge en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX (con las peregrinaciones de inmigrantes: italianos, franceses, irlandeses, españoles).
Al ampliarse las prácticas peregrinas, se fue fundando una proto actividad turística que se montó en torno a la Basílica y sus alrededores: aparecieron las primeras “cajas de santos”, los buffetes y restaurantes, el transporte ferroviario y toda la infraestructura al respecto –incluida la estación Basílica ya desaparecida-, los recreos sobre el río Luján y algunas posadas y hoteles.
Turismo y peregrinación pasaron a ser complementarios. En la segunda mitad del siglo XX se apuntaló el turismo religioso, se amplío la infraestructura al respecto y se sumaron otros atractivos como complementarios al nicho religioso.
Una posibilidad de analizar a nivel territorial el problema de las implicancias espaciales de los visitantes es romper con las rígidas categorías que dividían turistas de peregrinos, y situar el problema en el plano de los sujetos, enfocando a sus motivaciones y sus prácticas territoriales.
El hecho es que estos matices – y otros posibles- nos permiten recrear perfiles de sujetos que no son únicos y que responden a múltiples motivaciones, con diversas lógicas y formas de acción en los lugares de destino, y que en una u otra circunstancia pueden ser percibidos como integrando una, otra, todas o ningunas de las variantes presentadas en el marco de la movilidad territorial hacia los sitios religiosos.
Por: Dr. Fabián Claudio Flores